El segundo ámbito de actuación del marco 2010 se centra en la conservación de la integridad de los ecosistemas y de su capacidad para asegurar el sustento del hombre mediante el suministro de los bienes y servicios que garantizan. Más en inglés…
Los océanos cubren más del 70% de la superficie del planeta. La primera fuente de alimentos provenientes de los océanos son las capturas de pescado. Las especies preferidas para la captura son los peces depredadores de gran tamaño, como el atún y el bacalao. La pesca intensiva ha conducido a una disminución de estas especies. En el Atlántico Norte, las poblaciones de peces de gran tamaño se han reducido en dos tercios en los últimos 50 años. El resultado es un aumento del número relativo de peces pequeños y de invertebrados situados a una escala inferior de la cadena alimenticia. Consecuentemente, la posición media en la cadena alimenticia (nivel trófico) de los peces capturados ha disminuido. Desde los años 70, esta medida ha ido en declive a nivel mundial. Los peces más apreciados para el consumo del hombre se vuelven cada vez más escasos, lo que obliga a cambiar las técnicas pesqueras y los hábitos de consumo hacia otras especies de peces más pequeños e invertebrados, y finalmente, a reducir el suministro mundial de pescado salvaje destinado al consumo humano. A pesar de los crecientes esfuerzos pesqueros, el volumen de pesca marina sufrió una disminución en la década de los noventa.
El Índice Trófico Marino, que mide las variaciones de la media del nivel trófico, puede calcularse a partir de los datos existentes sobre capturas de pescado. Este es un indicador ampliamente aplicable a la hora de medir la salud del ecosistema y el uso sostenible de sus recursos vivos. La disminución del Índice Trófico Marino podría frenarse si se tomaran las medidas necesarias para una buena gestión pesquera, como ha ocurrido en Alaska, donde este índice se ha estabilizado gracias a la gestión equilibrada de la mayoría de los recursos pesqueros. Más en inglés…
En muchos ecosistemas terrestres y de aguas continentales, las actividades humanas han conducido a la fragmentación de los hábitats, que, al tener un tamaño reducido, sólo pueden admitir a poblaciones más pequeñas de especies, que se vuelven mucho más vulnerables a la extinción local. Este fenómeno puede evaluarse con bastante facilidad en los sistemas de bosques y ríos, donde el nivel de fragmentación resulta muy elevado.
Por ejemplo, en los sistemas fluviales, los embalses han tenido un impacto significativo sobre el curso y la calidad del agua, al igual que sobre su biodiversidad, especialmente en relación con las especies migratorias. Las presas desempeñan un papel destacado en la destrucción de ecosistemas terrestres, por provocar inundaciones, emisiones de gas a efecto invernadero, y una amplia modificación de las comunidades acuáticas. Un estudio a nivel mundial sobre los impactos producidos por las presas , ha evaluado que el 60% de los ríos del mundo sufren fragmentación y regulación de su caudal. Más de la mitad de los grandes sistemas fluviales analizados resultan afectados por presas, y más de un tercio están fuertemente afectados por la fragmentación y la regulación del caudal. Sólo un 12% de los sistemas fluviales no aparecen afectados. Más en inglés…
La calidad de las aguas continentales ha sido afectada por muchos elementos: contaminación, aumento de la sedimentación, cambio climático, extracción de agua dulce para el consumo humano, agrícola o industrial, así como la alteración física del ecosistema, por ejemplo a través del desvío y la canalización del curso de los ríos. Por ejemplo, la contaminación de nitrógeno en los canales interiores, esencialmente derivada del uso de fertilizantes, ha doblado desde 1960 y se ha multiplicado por diez en muchas áreas industriales del Planeta.
Mientras ha ido mejorando la calidad de los ríos en Europa, América del Norte, Latinoamérica y en el Caribe desde los años 80, se ha deteriorado en África, Asia y en la región del Pacífico durante el mismo periodo.
El control de calidad del agua indica las principales amenazas que afectan directamente la sostenibilidad de las aguas continentales, así como los efectos de las actividades no sostenibles fuera de ese ecosistema. La salud y la integridad de las aguas continentales constituyen un indicador excelente del estado de los ecosistemas terrestres. Mejorar la calidad del agua en todas las regiones parece ser una vía posible, aunque ambiciosa, hacia el cumplimiento de los objetivos de biodiversidad para 2010. Más en inglés…
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