El argumento según el cual las sustancias alteradores endocrinas (SAE) ejercen efectos perjudiciales sobre la salud de los animales y de los humanos presenta un punto débil: la falta de datos científicos sólidos sobre la frecuencia, la duración y los niveles de exposición a las SAE. La mayoría de la información disponible sobre la exposición a las SAE se ha concentrado en la presencia de contaminantes orgánicos persistentes, como los PCBs, las dioxinas, los DDT y otros pesticidas con cloro, en Europa y en Norte América. La exposición a otras SAE no persistentes no ha sido estudiada con ninguna profundidad.
Otra laguna es la falta de información sobre la exposición durante los períodos críticos del desarrollo humano o animal. Además, la información disponible se refiere principalmente a las SAE presentes en el medioambiente (en el aire, la comida o el agua) y no a los niveles en la sangre o en los tejidos del cuerpo. Excepciones limitadas son la leche materna humana y las muestras de tejidos grasos, que han sido analizados para encontrar potenciales SAE, como los organoclorados.
En general, la exposición a las SAE ocurre a través de alimentos y de agua subterránea contaminados; emisiones de gases a partir de fuentes industriales y de la combustión de desechos; y de los contaminantes presentes en artículos de consumo.
A pesar del dinero, tiempo y esfuerzo invertidos a escala mundial, falta todavía información para poder comparar la exposición de los humanos y de los animales a las SAE en varios países. Estas informaciones, que se obtienen a partir de estudios de campo sobre especies salvajes y sobre poblaciones humanas (estudios epidemiológicos), incluyendo el estudio de enfermedades u otros parámetros, como la calidad del esperma o los resultados de embarazos, son esenciales para establecer un vínculo causal entre la exposición y la repuesta. La información sobre las exposiciones también es esencial para poder obtener una evaluación de riesgos creíble sobre este problema. Más en inglés…
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