Contexto - El cambio climático constituye una amenaza para la seguridad alimentaria.
¿Qué estrategias y políticas pueden ayudar a hacer frente a este problema?
Este es un resumen fiel del informe publicado en 2016 por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la
Alimentación (FAO): "
Se prevé que, para 2050, la demanda mundial de alimentos aumente al menos un 60 % por encima de los niveles de 2006. Sin la adaptación al cambio climático no será posible lograr la seguridad alimentaria para todos y erradicar el hambre, la malnutrición y la pobreza, ya que el crecimiento demográfico se concentrará en las regiones con la mayor prevalencia de la subalimentación y elevada vulnerabilidad a los efectos del cambio climático.
Los efectos del cambio climático se reflejan en fenómenos meteorológicos cada vez más extremos y frecuentes, olas de calor, sequías y subidas del nivel del mar. El impacto en la agricultura y las implicaciones correspondientes para la seguridad alimentaria ya son alarmantes. En las regiones tropicales en desarrollo, los medios de vida y la seguridad alimentaria de los hogares y comunidades vulnerables ya se están viendo afectados.
Si estos efectos siguen intensificándose, la adecuada adaptación de los sectores agrícolas en numerosos lugares sería casi imposible, ocasionando drásticos descensos de la productividad. El cambio climático también ejercerá presión sobre la pesca y la acuicultura —que proporcionan al menos el 50 % de la proteína de origen animal a millones de personas en los países de ingresos bajos.
Entre las regiones más vulnerables estarán aquellas que ya sufren una gran inseguridad alimentaria, y las zonas urbanas y rurales se expondrán al aumento y la volatilidad de los precios de los alimentos, especialmente los pequeños productores. Esto sería más grave en África subsahariana, en parte porque su población depende en mayor medida de la agricultura.
La agricultura es responsable de al menos el 20 % de las emisiones totales de gases de efecto invernadero. Los cambios en el uso de la tierra, tales como la conversión de los bosques en pastizales o tierras de cultivo, y la degradación de la tierra, como la ocasionada por el pastoreo, provocan la pérdida de materia orgánica por encima y por debajo del suelo, y aumentan las emisiones de CO2.
La ganadería y la producción de cultivos también generan emisiones de metano y óxido nitroso, dos poderosos gases de efecto invernadero.
El sistema alimentario en su conjunto genera nuevas emisiones a través de la fabricación de productos agroquímicos, el uso de energía fósil en las actividades agrícolas y en el transporte, elaboración y venta al por menor posteriores a la producción.
La FAO ha identificado cuatro desafíos principales para el enfoque de «agricultura climáticamente inteligente» (CSA, por sus siglas en inglés), que sería sostenible y resiliente:
Se necesita una nueva orientación de las políticas de desarrollo agrícola y rural, que reajuste los incentivos y reduzca los obstáculos para la transformación de los sistemas alimentarios y agrícolas. Más concretamente:
Para ello, la cooperación internacional y las alianzas y asociaciones de múltiples partes interesadas son esenciales, ya que, por ejemplo, el cambio climático dará lugar a nuevas plagas y enfermedades, y aumentará los riesgos de que estas se desplacen más allá de las fronteras.
La falta de coordinación y consonancia entre los planes de desarrollo agrícola y las medidas que abordan el cambio climático y otros problemas ambientales es uno de los principales obstáculos. Ello está dando lugar a la utilización ineficiente de los recursos e impide la ordenación integrada de los mismos, necesaria para hacer frente a las amenazas del cambio climático, especialmente para los pequeños productores, que se enfrentan a numerosas barreras en el camino hacia la agricultura sostenible, tales como el acceso limitado a los mercados, el crédito, el asesoramiento de extensión, la información meteorológica, las herramientas de gestión de riesgos y la protección social.
También es necesario abordar las cuestiones de género. Las mujeres, que constituyen aproximadamente el 43 % de la fuerza de trabajo agrícola en los países en desarrollo, se encuentran especialmente desfavorecidas, con menos recursos y derechos que los hombres, y una carga de trabajo cada vez más pesada debido a la emigración masculina.
Es necesario modificar drásticamente los marcos de políticas, algo que debería partir de una comprensión de los factores que influyen en la productividad y el grado de conservación o agotamiento de los recursos naturales y, por ende, sus repercusiones en los medios de vida de los agricultores y el medio ambiente.
Por lo tanto, colmar la «deficiencia de capacidad» en la formulación de las políticas y en el desarrollo institucional debería constituir una prioridad para las instituciones de financiación y para los países, de manera que la financiación para el clima (si los países la potencian según lo previsto) pueda desempeñar su función transformadora para la alimentación y la agricultura.
This summary is free and ad-free, as is all of our content. You can help us remain free and independant as well as to develop new ways to communicate science by becoming a Patron!